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Leon XIV
¿El Papa de los migrantes?

Foto en X de @CatholicSat
Lo que más sorprendió de la elección Papal de la semana pasada fue que este era de Estados Unidos pese a que se veía como una posibilidad lejana. A pesar de que nació en Estados Unidos el Papa Leon XIV, el Cardinal Robert Prevost, por ser migrante y haber desempeñado su labor pastoral en Perú, tiene una cultura muy cercana a la hispanoamericana. Por más de 30 o 40 años, por diversas razones siempre ha ejercido su labor muy cerca de la diócesis de Chiclayo en Perú, bien sea como misionero, como arzobispo o como superior de los Agustinos. Muchos han hecho análisis sesudos y profundos sobre lo que nos puede esperar del Papado de Leon XIV. Análisis que van desde su experiencia personal como religioso en Perú, emigrante y nacionalizado peruano, hasta las posibles luces que su papado pueda darnos al haber elegido de nombre para Papa, el de Leon XIV, que entre otras cosas podría ser un guiño al anterior Papa Leon XIII, el gran Papa que guío la iglesia en un periodo de transición y de mucha perturbación social por el ascenso del socialismo y el marxismo a finales del siglo XIX.
Otra de las referencias que se hacen es al primer Papa de la Iglesia, el Gran San León Magno, el primero de los Papas de ese nombre, alrededor de los años 440~461, y que logró convencer a Atila el huno de no saquear y destruir la ciudad eterna. Roma era azotada por las incursiones de los barbaros que la saqueaban frecuentemente, por los Godos del oriente europeo que invadieron Roma en 410 y precipitaron su fraccionamiento y finalmente la caída en el 476. Atila el Huno, a su vez desplazaba a las hordas de tribus germánicas, y es recordado por dirigir la tribu nómada más oriental y feroz, desde Mongolia. Al no tener un estilo de vida sedentario, su crecimiento y florecimiento dependía en gran medida de su capacidad de desplazarse, vandalizar y dedicarse al pillaje de otras áreas que eran ricas, producidas por civilizaciones que habían optado por dejar la vida nómada y se habían vuelto sedentarios. Las poblaciones sedentarias habían adoptado un estilo de vida que solo era posible gracias al uso de la agricultura, la domesticación de animales y la cooperación social voluntaria, el comercio, que reemplazaba al pillaje, típico de las sociedades nómadas. La humanidad en un principio según lo que nos cuentan los historiadores sobre la evolución de las civilizaciones, desde nuestros ancestros homínidos de la sabana, eran mayormente migrantes e iban en busca de alimentos como el resto de los animales. En el camino descubrían cosas nuevas y esa inventiva y descubrimientos los impulsaba a dejar de lado esa trashumancia y buscar formas de aprovechar, en un mismo sitio, lo que lograban desarrollar e inventar. Solo cuando la sociedad era lo suficientemente desarrollada o encontraba cierto equilibrio entre sus habitantes y sus líderes y gobernantes, se lograba establecerse esa comunidad en cierto lugar y los seres humanos pasaban a estilos de vida más sedentarios.
Los seres humanos no hemos dejado del todo el estilo de vida nómada y este impulso probablemente está en nuestro ADN, cuando las cosas empeoran en el área en donde uno vive o los gobiernos de los países en los que uno nace por azar, regresamos a esa trashumancia y nos ponemos en movimiento en busca de mejores oportunidades cuando las cosas se ponen difíciles. No hacerlo sería negar nuestra naturaleza humana de tener agencia o la capacidad que tenemos de buscar algo mejor para nuestras vidas y para las generaciones futuras. Esto tiene consecuencias buenas o malas, y pueden ser fastidiosas y son capaces de cambiar civilizaciones. Los Romanos, habían dominado el mediterráneo por casi 1000 años, desde la fundación de Roma probablemente en el 753 antes de Cristo y luego habían conquistado todo el mediterráneo y las civilizaciones circundantes, mediante alianzas, acuerdos y no pocas veces el uso de la fuerza, pero cayeron eventualmente. No solo por las invasiones bárbaras, sino también por incongruencias y contradicciones internas, como la inflación debido a la reducción del tamaño y contenido de metal de su moneda y los controles de precio en los granos que importaban de Egipto y la casi total estatización de este, en las cuales el imperio se hacía cargo de toda la producción y distribución del trigo. Había otras razones como la recurrencia de las pestes, como la primera peste de Justiniano (541-549), ya cuando el imperio Romano de Occidente había caído y se había fragmentado, aunque el Imperio Romano (el de oriente) siguió existiendo por otros 1000 años en Bizancio, ahora Estambul, hasta 1453.
Las pestes y los fenómenos naturales como los terremotos y las explosiones volcánicas son cosas imposibles de prever, pero no menos cierto es que solo las sociedades lo suficientemente preparadas y desarrolladas son capaces de sobrevivir estos fenómenos. La gran peste de la edad media entre 1331 en China y 1353 que devastó Europa, se calcula que pudo haberse llevado la vida de un tercio de la población europea. Esta vez Europa lejos de desaparecer y ser invadida o ser abandonada impulsó un cambio y un deseo de abrirse al mundo a través del comercio y la conquista sin precedentes, gracias a ser una sociedad menos rígida políticamente y más descentralizada. Algo que en un principio habría podido ser el fin de la frágil y naciente civilización europea, post romana, más bien la impulsó a modificar su estructura feudal y de evolucionar a la formación de ciudades, burgos y de generación de riqueza, no solo por el trabajo agrícola o de feudos a uno de trabajo libre y de comercio. Este fenómeno no fue algo lineal, ni se dio igualmente en otras partes, pero queda claro que, de esta tragedia inesperada, la sociedad evolucionó para bien.
Roma en la antigüedad, con diferencia a la edad media, estaba más decadente su organización social, cada vez más dependiente del gobierno imperial, con profundos cambios ocasionados por el ascenso del cristianismo y la transformación que impulsó esta separación del estado, como gobierno, como eje central de la vida religiosa de sus habitantes. Hubo un intento de fomentar esa unidad estado - religión como la que existía en la antigua Roma, a partir del Emperador Constantino (306 - 337), pero la iglesia siguió siendo una autoridad independiente del emperador con sus estructuras y modelos de organización similares, pero nunca estructuras que dependían del estado o del Emperador. Y aunque muchos podrían afirmar que siempre se mantuvo el poder de la iglesia en la edad media, no menos cierto era que ni la iglesia podía manejar al 100% los gobiernos, ni los gobiernos locales en los que se fragmentó Roma pudo controlar al 100% la iglesia. El Obispo de Roma, el papa, pese a contar con territorios propios hasta mediados del Siglo XIX, era una autoridad separada del gobierno que trabajaba en ocasiones de manera coordinada, pero muchas veces con grandes discrepancias y controversias con los gobernantes. La iglesia venía a ser una especie de contrapeso a esas sociedades regidas antes por el imperio.
En la conquista española de las Américas, donde esta alianza gobierno-iglesia pudo haber estado más cercana, la conquista tuvo una misión no solo de enriquecimiento y expansión, sino también de ser evangelizadora y por lo tanto llena de un profundo celo a favor de los indígenas. Muchas veces los abusos que pudieron haber cometido los conquistadores, que iban en pos de riquezas y con fines estrictamente terrenales, pudieron ser balanceados con los fines de la iglesia y los valores que el cristianismo promovía, de respeto a la dignidad humana y a la naturaleza divina de estos. Tampoco quiero decir que no se cometieron abusos, pero en general esta dicotomía iglesia-estado dio como resultado una mejor sociedad y cultura en Occidente. No toda sociedad es perfecta y hubo otras cosas que no funcionaron adecuadamente, tal vez lo peor, fue esa aversión que se tiene en Hispanoamérica al comercio, a los empresarios y comerciantes. Es algo que va cambiando en la región y a pesar de sus tropiezos y la eterna desconfianza a quienes comercian, o esa malsana asociación de favoritismo con los cercanos al poder que nos lleva a tener una sociedad más corporativista y menos abierta a la innovación y la competencia.
De regreso al tema con el que empezamos este comentario, es poco lo que podemos saber sobre cómo el Papa va a dirigir la iglesia por la próxima década o quizás el próximo cuarto de siglo debido a su juventud (69). Eso solo lo dirán sus acciones y lo que haya dicho antes y como va a actuar en consecuencia es solo especulación. Ojalá que como muchos especulan, este sea un Papa más prudente a la hora de emitir juicios de valor sobre los temas sociales que son más de ámbito político que de ámbito religiosos, hay que cumplir con el principio de “dar al Cesar lo que es del Cesar”. Más bien ojalá que este Papa sea un puente como algunos comentan, abierto a juntar campos que por confusión ideológica quieren una iglesia más entrometida en temas sociales y políticos y no en lo que realmente debe de ser, atender las necesidades espirituales de la comunidad y servir de contrapeso a los excesos que se dan en la sociedad, cuando se ignora la naturaleza divina de los seres humanos, el respeto a la moral y la ley natural.
El entusiasmo que ha generado su elección también debería de acercar a quienes, por desconocimiento de su propia fe, les gusta ser católicos de menú, es decir creen que la iglesia es solo escoger lo que nos gusta del menú o está de moda. Uno de los temas que me motivó a escribir este comentario, que no pretende ser un análisis profundo de la doctrina cristiana o lo que debería de hacer la iglesia en el siglo XXI, es el de la migración y el hecho de que el Papa mismo es un migrante de Estados Unidos, nacionalizado peruano. Como expliqué no es un problema, sino más bien consecuencia natural de circunstancias locales provocada por desastres naturales o por malas políticas de gobierno de sus lugares de origen y es solo natural entender que la migración, es un derecho humano a tener agencia, a mejorar la vida y seguir la misión de vida que cada uno pueda tener. Los migrantes también tienen que entender que, si bien es necesario el respeto a la cultura propia, es importante el respeto a la cultura que nos recibe y por lo tanto el acto de migrar no solo transforma a la comunidad que nos recibe, si no a quienes migramos. Nos obliga a dejar atrás comportamientos que, si bien son tolerados en nuestras comunidades de origen, en estas nuevas sociedades implican que hay que adaptarse, integrarse y ser mejor que quienes generosamente nos reciben. Ese respeto mutuo es parte de nuestro derecho a movernos por circunstancias fuera de nuestro control, en la búsqueda del florecimiento humano.
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