Ya ha pasado una semana de la primera vuelta de las elecciones generales bolivianas. Una primera vuelta que confirmó muchas sospechas, pero también dejó alguna que otra sorpresa. La primera de ellas, la victoria de Rodrigo Paz, quien había pasado bastante desapercibido en las encuestas, y que consiguió ser el candidato más votado, con alrededor del 32%, por delante de Jorge “Tuto” Quiroga (≈27%). Habrá segunda vuelta el 19 de octubre.

Fuente: Elaboración propia con ChatGP
Con una retórica más bien populista, Rodrigo Paz capitalizó el voto de quienes no estaban demasiado esperanzados por ninguno de los otros candidatos mayoritarios y de muchos de los que tradicionalmente votaron al Movimiento al Socialismo. Esto, y el hecho de que el voto nulo —en gran parte abanderado por el expresidente Evo Morales— fuese tan alto (en torno al 19%, frente a cifras por debajo del 4% en elecciones anteriores; 21,5% si se suman blancos), hacen que sea complicado hablar de un cambio de paradigma en Bolivia.

Más que un cambio de paradigma (no está tan claro que se haya producido una impugnación masiva del modelo del MAS, como más bien un rechazo a la división interna del partido y un grito de auxilio para arreglar la economía), lo que parece que se inicia es un cambio de etapa. Un cambio de etapa porque la formación que ha gobernado el país por 20 años no solo pierde el gobierno, sino también su influencia legislativa. Con los resultados oficiales pendientes de confirmarse mañana, estimaciones basadas en conteos avanzados señalan que el MAS se quedaría sin senadores y con representación mínima en Diputados (incluso “apenas un diputado”). Es un derrumbe sin precedentes para el partido de Evo.
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La segunda cuestión importante es que, a pesar de la crisis del MAS y, de alguna forma, como consecuencia, de la izquierda boliviana, Evo Morales sigue siendo líder indiscutible de ese espacio —como recordó su exvicepresidente Álvaro García Linera—. Lo atestigua no sólo el elevado porcentaje de voto nulo y el escaso apoyo que consiguieron los otros líderes (Andrónico Rodríguez y Eduardo del Castillo), sino también su alta capacidad de movilización, especialmente en Cochabamba/Chapare.
Por estos motivos, es de esperar que, sea cual sea el gobierno que salga de la segunda vuelta del mes de octubre, este vaya a ser un gobierno mucho más escrutado que los anteriores y al que le va a costar, políticamente, tomar las decisiones necesarias para enderezar la economía del país. En primer lugar, por una adhesión limitada (ganador por debajo de un tercio; nulos/blancos inusualmente altos). En segundo lugar, por la presión de calle que puede activar el entorno de Evo. Y, en tercero, por un Congreso fragmentado que obligará a negociar cada medida.
En el directo que tuvimos en YouTube el jueves pasado, Silvia Mercado dimensionó el problema económico que afecta el bolsillo boliviano: el encarecimiento de la cesta de la compra debido a la inflación al alza, las consecuencias de la escasez de dólares, con un tipo de cambio paralelo que ha más que duplicado el tipo oficial (6,96 Bs.), y una escasez de hidrocarburos que ha dejado imágenes de colas terribles, en un país en el que los hidrocarburos se comen gran parte del presupuesto público.

Hay candidatos, como Jorge ‘Tuto’ Quiroga, que hablan de recurrir a las multilaterales y abrir un programa con el FMI para estabilizar (algunas voces en su alianza han puesto cifras y plazos sobre la mesa).
El Banco Central de Bolivia y el Gobierno necesitan conseguir dólares de libre disponibilidad, para enfrentar los siguientes desafíos:
1) El más urgente será al ingresar a Gobierno, pues se recibirá un país sin reservas, sin combustibles y con deudas con los proveedores de combustible. Las fuentes más rápidas y de libre disponibilidad son el FMI (el monto de cuota, aproximadamente 320 millones) y el FLAR (700 millones) que deberán negociarse en la transición, pues el país no aguanta 1 mes sin combustibles
Otros —como Rodrigo Paz— toman distancia de un rescate del FMI y proponen un modelo “50/50”: descentralizar gasto hacia regiones, cerrar empresas estatales deficitarias y usar herramientas de transparencia para reconstruir confianza.
Sin embargo, a pesar de que el modelo del MAS no ha sufrido una impugnación popular homogénea, su caída sí supone el derrumbe del eje andino del “Socialismo del Siglo XXI” que inauguró hace 25 años Hugo Chávez: proceso constituyente, plebiscitarismo y una red de empresas públicas sostenidas por la bonanza del gas. Ese andamiaje permitió al MAS mantener hegemonía aún tras crisis severas (2019–2020). La combinación de agotamiento económico, fractura interna y rechazo al hiperliderazgo lo empujó a este final de ciclo. En paralelo, se ha observado que parte del voto indígena, antes más concentrado en el MAS, se fragmentó y migró entre el voto nulo y opciones no netamente izquierdistas, incluidas en El Alto.
El gobierno que salga de la segunda vuelta no solo tendrá que hacer frente a lo urgente, a la situación cotidiana de los bolivianos, sino también tendrá que ser capaz de crear una nueva hegemonía: o un pragmatismo reformista capaz de estabilizar y repuntar, o un período de bloqueo donde el veto social y la escasez se retroalimenten.
*Irune Ariño, analista política y conductora del podcast Puente Atlántico.
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