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En junio, el Kremlin manifestó —y lo repitieron varios altos cargos— su disposición a suministrar gas natural licuado (GNL) a distintos países de Iberoamérica. A principios de mes, el diario Izvestia informó que la embajada rusa en Chile ofreció GNL como forma de equilibrar el comercio bilateral.

Unas semanas después, el ministro de de Energía, Sergei Tsivilev, remató el mensaje: 

Contamos con excelentes tecnologías en el ámbito del gas natural licuado. Estamos dispuestos a compartir esas tecnologías. También estamos listos para suministrar gas natural licuado a México.

La pregunta, inevitable, es si estamos ante un anuncio vacío o si el Kremlin está realmente avanzando en esa dirección.

El contexto ayuda a entender estas declaraciones. Rusia busca ampliar sus vínculos energéticos fuera de Europa para amortiguar el efecto de las sanciones y, de paso, aprovechar las tensiones entre Washington y algunos gobiernos latinoamericanos como palanca de proyección global. Rusia pretende mandar el siguiente mensaje: “podemos llevar energía y tecnología, incluso a lugares complejos como México”.

Aunque la Unión Europea sigue importando bastante GNL ruso y las sanciones impuestas por la Unión sobre el sector no son absolutas, este ha sufrido demoras y sobrecostes, estrechando su logística. La UE ha prohibido los transbordos de GNL ruso en puertos europeos con destino a terceros países, obligando a rutas más largas o a transferencias barco-a-barco fuera del espacio comunitario. Se debate, además, vetar todas las importaciones de gas (incluido el GNL) para 2027. A esto se suma el golpe de las sanciones estadounidenses sobre Artic LNG-2 —proyecto en desarrollo con Novatek—, que ha encarecido y complicado el acceso a metaneros y a compradores dispuestos a asumir riesgos. A pesar de que otras terminales árticas, como Yamal LNG, han mantenido flujos desplazando los transbordos a aguas rusas (por ejemplo, Murmansk) y apoyándose en metaneros rompehielos Arc-7, pero lo hacen a mayor coste y con menos flexibilidad. El cuello de botello logístico empeora en invierno, cuando la Ruta del Norte hacia Asia se cierra o se vuelve más exigente: si no hay ventana de hielo, toca desviar por corredores más largos, con impacto en disponibilidad de buques, seguros y precios.  

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Sin nuevos proyectos rápidos y la producción centrada en “mercados amigos”, Moscú mira a Iberoamérica como un nicho a explorar. El problema: la base comercial es todavía estrecha. En 2024, el comercio total con México rondó los 1.300 millones de dólares estadounidenses y con Chile fue aún menor, de unos 400 millones. La principal exportación rusa a ambos países son los fertilizantes: México y Chile importaron, respectivamente, 583,33 millones de dólares y 47,21 millones en fertilizantes el año pasado. Ese dato no es menor: Washington ha barajado sanciones secundarias que podrían tensar estas compras en la región, y eso ayuda a explicar el “paquete” ruso de ofertas (energía y tecnología) como moneda de influencia.

BOLIVIA EN LA ENCRUCIJADA — directo en YouTube

Bolivia se encamina a la segunda vuelta presidencial. En un clima político al límite, tras casi 20 años de hegemonía del MAS, el país podría estar ante un cambio de etapa.

Este jueves 21 de agosto, en el canal de YouTube de Puente Atlántico, conversamos con Martín Aguirre (Mirada Sur / El País) y Silvia Mercado (RELIAL / Fundación Friedrich Naumann).

La cuestión aquí es de demanda, no de oferta: ¿tienen México y Chile un hueco real para el GNL ruso? Empezando por México, más del 70% del gas natural que consume procede de Estados Unidos y más de la mitad de su electricidad se genera con ese gas barato que llega por gasoducto. Las terminales de GNL de Altamira y Manzanillo apenas cubren el 1,4% de las importaciones: el 98,6% entra por ducto. Esa interconexión convierte el suministro en una palanca política de Washington, pero también asegura un flujo estable, abundante y barato. De hecho, 2024 marcó máximos de importación por ducto y la lógica actual en México es clara: recibir gas barato por tubería y, cuando es posible, exportar GNL. Esto es algo que empezó a hacer el verano pasado. Con ese cuadro, introducir GNL ruso de momento no encaja ni por precio ni por logística, salvo que se busque una señal política muy específica.    

Chile está mejor posicionado que México, con un paisaje más diversificado. Estados Unidos y Trinidad y Tobago aportan cada uno alrededor de una quinta parte de las importaciones de GNL; entre ambos cubren aproximadamente la mitad del total. Además, la vecina Argentina ayuda a abaratar y estabilizar el suministro de manera estacional —principalmente entre octubre y abril—, reduciendo la exposición a precios internacionales y descongestionando las regasificadoras chilenas. En su caso, introducir a Rusia como proveedor implicaría riesgo reputacional y de sanciones, así como fricciones logísticas con aseguradoras y financiadores, cuando el suministro ya está diversificado.

Y hay un punto práctico: el mensaje ruso es —por ahora— más geopolítico que operativo, pero para suministrar GNL a estos países se requieren contratos a largo plazo, alianzas empresariales y marcos regulatorios alineados. Hoy no hay nada de eso: ningún memorando de entendimiento, ningún acuerdo firmado ni señales públicas de negociaciones oficiales. Pasar de la diplomacia a la logística lleva tiempo. 

*Irune Ariño, analista política y conductora del podcast Puente Atlántico.

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