Durante décadas, la globalización alimentó una creencia poderosa: que el comercio aseguraba la paz, que las economías entrelazadas desincentivan el conflicto porque todos tenían demasiado que perder. Era la lógica detrás del “soft power económico”, de la integración europea y del consenso liberal de la posguerra.

Pero la historia cuenta otra cosa. Desde el bloqueo continental de Napoleón hasta el embargo petrolero de la OPEP o las sanciones contra Sudáfrica, el comercio fue siempre un arma silenciosa. Lo que sí ha cambiado es la escala, la velocidad y la extensión de ese uso. En la última década, el comercio ha pasado de ser lubricante de la prosperidad global a generalizarse como herramienta estructural de poder.

Sin ir más lejos, en lo que llevamos de 2025, más de la mitad de las medidas proteccionistas de Estados Unidos y el 30% de las chinas se justifican ya por “seguridad nacional”.

Para entender esta transformación, conversamos con Roberto Salinas, Senior Fellow de Atlas Network para América Latina y una de las voces más autorizadas en integración económica de Norteamérica. 

Según Salinas, estamos ante un cambio de paradigma promovido por la confluencia, en la última década, de tres fuerzas fundamentales. La primera es el desgaste del modelo globalizador y la irrupción fulminante de China en el comercio mundial, cuya integración “cambió todas las coordenadas”. La segunda es el giro nacionalista que ha hecho pasar, como señala Shannon O’Neil, de la globalización a la regionalización, con grandes bloques económicos que empiezan a actuar como unidades propias. Este giro, aunque no afecta solo a Estados Unidos, se acelera con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Salinas recuerda que Trump “rescató conceptos como el proteccionismo, la autarquía y la idea de consolidar una soberanía nacional sobre industrias estratégicas”.

El tercer factor es la pandemia. La Covid-19 —dice— fue “el golpe definitivo”:

“Desarticuló todas las cadenas de suministro que estaban profundamente integradas alrededor del mundo”, haciendo desaparecer el “just-in-time” y exponiendo vulnerabilidades antes ignoradas. La disrupción de suministros esenciales abrió paso a una ola global de reshoring, nearshoring y regionalización. En ese contexto, México, Costa Rica o Uruguay emergen como destinos naturales para acercar la producción a Estados Unidos.

Pero la nueva era de “comercio armado” no se limita a aranceles, como podría parecer a juzgar por los titulares. Los subsidios fueron especialmente populares durante la pandemia y hoy siguen siendo uno de los principales instrumentos proteccionistas. A ello se suma un elemento menos visible pero igualmente decisivo: los obstáculos no arancelarios, como bien comenta Salinas. Se trata de medidas técnicas, sanitarias o regulatorias que, bajo argumentos de protección fitosanitaria o estándares ambientales, funcionan como auténticas barreras comerciales encubiertas.

Solo puedes importar aguacate, pero solo en esta medida y en estas cajas. Y si no, tiene que cumplir con ciertas medidas fitosanitarias. Y ahí, con la excusa de la sanidad o con la excusa de la ecología o con cualquier excusa, se empiezan a erigir toda clase de barreras.

Roberto Salinas

Para Salinas, estos instrumentos son “quizá los más perniciosos de todos”, porque distorsionan mercados sin generar el debate público que sí provocan los aranceles y erosionan la transparencia del sistema comercial internacional.

La paradoja: más integración, más tentación nacionalista

Esa reorganización también ha revelado vulnerabilidades críticas. “México vive algo muy similar a Europa con el gas ruso”, afirma Salinas. “Dependemos del gas natural de Texas. Si un día se cierra esa válvula, la economía se paraliza.” Esta dependencia alimenta discursos de autosuficiencia energética o rescate de “industrias estratégicas” que, según él, “resucitan ideas de los 50” y pueden erosionar la competitividad en un mundo interdependiente.

Lo paradójico es que, pese a este clima, la integración norteamericana ha avanzado como nunca. México es ya el primer socio comercial de EE.UU. y segundo destino de sus exportaciones.

Hace 30 años los debates en México eran: el pez grande se va a comer al pez chico, nos van a hacer pedazos esos gringos. Y en Estados Unidos era “the great sucking sound”: van a llegar los mexicanos y nos van a robar todos nuestros empleos. Había grandes temores sobre un experimento que en ese entonces nunca se había hecho una integración comercial con semejantes asimetrías económicas. [...] Lo que hemos visto es justamente la integración de todos los factores de la producción.

Roberto Salinas

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos del U.S. Census Bureau

Pero la narrativa política se está moviendo en sentido opuesto: más sospecha hacia el comercio, más demandas de autonomía y más presión para “proteger lo nuestro”.

México vive hoy un boom de inversión extranjera asociado al nearshoring, pero Salinas considera que el relato triunfalista oculta un problema grave: caída reciente de la inversión neta y clima interno adverso.

Ese dato de 36.000 millones de dólares es sumamente tramposo. [...] Esa inversión extranjera se ha dado a lo largo de 30 años porque se crearon las condiciones de un clima de inversión favorable. ¿Por qué? Porque el mensaje que mandaste al mundo es que yo estoy dispuesto a jugar con reglas del juego regionales, que ningún burócrata en algún o algún político caprichoso o ciertamente autoritario y populista puede llegar y cambiar, como decimos en México, “como se les pegue la real de la gana”. [...] Y gran parte de esa inversión hoy en día ha sido reinversión de utilidades de empresas que se establecieron hace 20, 25 y 30 años.

Roberto Salinas

La raíz del freno, afirma, es interna, y tiene que ver con el debilitamiento del Estado de derecho, las reformas judiciales que erosionan la independencia, la incertidumbre regulatoria y el “terrorismo fiscal”. De forma que si no hay seguridad jurídica, no hay nearshoring que valga.

La llegada de Trump a su segundo mandato introduce tensión adicional: amenazas de aranceles si México no controla la migración o la entrada de vehículos eléctricos chinos; revisión del T-MEC en 2026; presión para cambios regulatorios. Sin embargo, Salinas se muestra optimista, con la revisión del T-MEC, y con la dirección que puede tomar la cooperación comercial y económica norteamericana en los próximos años. No cree que esa revisión vaya a fracturar la región:

“Trump quiso cancelar el NAFTA (...), hasta que le abrieron los ojos y le dijeron que eso era como inyectarse una sepsis en las arterias del cuerpo económico estadounidense. (...) Por la integración de cadenas de suministro que van desde Alaska hasta Tuxtla Gutiérrez, en México. O sea, del punto norte mayor en América del Norte hasta el sur.”

Lo que se prevé es una renegociación dura, con presión unilateral estadounidense, pero también una oportunidad para re-encauzar el deterioro institucional mexicano, puesto que, pese a las turbulencias, México está hoy en su mejor posición negociadora en décadas. Estados Unidos sabe que México es absolutamente clave. El problema es que el equipo negociador mexicano no está a la altura del momento.

Si el país logra consolidar su Estado de derecho y fiabilidad regulatoria, podría convertirse en la piedra angular del bloque económico más competitivo del mundo.

El ejemplo mexicano muestra cómo la geoeconomía del siglo XXI ya no se define por el libre comercio, sino por la capacidad de los Estados para convertir la interdependencia en influencia. El comercio ha pasado de ser un vehículo de prosperidad compartida a una herramienta central en la competición estratégica. Y en ese escenario, América Latina —y especialmente México— es uno de los territorios donde se juega el futuro de la integración occidental.

Como concluye Salinas:
“No sabemos cuál es el desenlace de todo esto. […] Pero ciertamente va a ser un episodio fascinante de observar.”

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