Pocos países han proyectado tanta influencia internacional con tan pocos recursos como Cuba. A pesar de su tamaño reducido y de una economía permanentemente al borde del colapso, la isla ha jugado durante seis décadas muy por encima de su peso en el tablero global. Del envío de tropas a Angola a su papel en la fundación del Foro de São Paulo, pasando por el apoyo a grupos armados —incluidos grupos terroristas— y la exportación de médicos, Cuba ha convertido su aparente aislamiento en un activo para proyectar poder e influencia.

En el último episodio de Puente Atlántico conversamos con Matías Jové, abogado, doctor en comunicación y director de la Asociación Española Cuba en Transición, sobre la trayectoria de la política exterior cubana. 

En los años 60, tras el triunfo de la Revolución, exportar el modelo cubano se convirtió en un principio rector de la política exterior del país. Con este objetivo, La Habana envió tropas a conflictos como el de Angola (1975) o Etiopía (1977) y respaldó expediciones armadas y movimientos insurgentes en países vecinos como República Dominicana (1959), Nicaragua (años 60-70) o Guatemala.

Este modelo, conocido como foquismo, buscaba acelerar las condiciones para la revolución comunista creando “focos” armados en distintas regiones. “La gran figura emblemática del mito de todo eso es el Che Guevara, que como sabes acaba muriendo en Bolivia y trae consigo el descrédito de esta estrategia”. Su fracaso obligó a Cuba a reposicionarse como peón clave de la Unión Soviética.

Paralelamente, la isla se transformó en un centro de entrenamiento para organizaciones armadas: desde movimientos palestinos, como el Frente de Liberación de Palestina, hasta la organización terrorista e independentista vasca española, ETA, o Hamás y Hezbolá. Matías ha abordado este tema en un informe reciente publicado por CEFAS (Universidad CEU San Pablo, Madrid).

En palabras de Jorge Edwards, recordadas por Jove, “Cuba puede ser mala produciendo, pero es muy buena haciendo la guerra”.

Todo esto fue posible gracias a su alianza con una boyante Unión Soviética que garantizó a Cuba subsidios gigantescos —cerca de 100.000 millones de dólares (unas 8 veces el Plan Marshall)— para, entre otras cosas, financiar uno de los ejércitos más grandes del mundo (más de 200.000 efectivos, según el Departamento de Estado de los Estados Unidos). Con esos recursos, La Habana proyectó influencia militar en África y Oriente Medio, al tiempo que seguía coordinando clandestinamente organizaciones armadas en América Latina y Europa.

Con la caída de la URSS, muchos anunciaron el fin del régimen. Sin embargo, Fidel Castro se reinventó: impulsó lo que llamó las “fuentes del comandante”, combinando negocios lícitos e ilícitos, incluido el narcotráfico, y promovió nuevas alianzas regionales. El resultado fue la creación del Foro de São Paulo junto a Brasil, una red política que, en palabras del entrevistado, “permitió a Cuba mantener viva la revolución en clave ideológica”.

El gran salto en la relación entre Cuba y Venezuela llegó con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999. El auge de los precios del crudo entre 2004 y 2013 convirtió al petróleo en la columna vertebral de la economía venezolana —en algunos años representó más del 90 % de sus exportaciones—. Cuba se benefició directamente: llegó a recibir entre 55.000 y 100.000 barriles diarios de petróleo en condiciones preferenciales, lo que cubría buena parte de su demanda interna y le permitía mantener en funcionamiento refinerías como la de Cienfuegos. A cambio, La Habana envió decenas de miles de médicos, asesores y personal técnico, y reforzó su cooperación en materia de inteligencia y seguridad.

En palabras de Matías Jove, aquello supuso que “un país como Venezuela acabó de alguna forma en manos de la inteligencia cubana”, pero a diferencia de Cuba, la revolución bolivariana en Venezuela no fue una revolución armada, sino un “proceso de desmontaje del Estado de derecho, de la ley a la ley”.

Sin embargo, la crisis venezolana obligó a diversificar apoyos. Hoy, la isla depende de subsidios rusos, exporta médicos a México a cambio de petróleo y se suma a foros multilaterales del llamado “Sur Global” como la CELAC, la Organización de Cooperación de Shanghái o BRICS+.

Por último, un eje constante de la política exterior cubana ha sido la confrontación con Estados Unidos. Desde los intentos de atentado en los sesenta hasta la crisis de los misiles y la infiltración de agentes en organismos norteamericanos, Washington ha sido siempre el enemigo estratégico. Pero, advierte Jove,

El aislamiento de Cuba no es cierto. Ellos han mantenido un relato de victimización absoluta, pero la relación bilateral con los países es mucho más sólida… Cuba es el país iberoamericano que más dinero debe a España.

Esa paradoja resume la situación actual de la isla: mientras millones de cubanos viven en condiciones de pobreza y la sanidad que fue mito se ha desplomado, el régimen conserva capacidad de proyectarse internacionalmente y de tejer alianzas con Rusia, China o los foros del llamado “Sur Global”. Para Jove, la conclusión es clara:

Cuba nunca va a ser un aliado normal… siempre va a intentar deteriorar las democracias occidentales, con un primer objetivo que siempre va a ser Estados Unidos.

*Irune Ariño, analista política y conductora del podcast Puente Atlántico. 

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