
Hace un par de semanas escribí sobre la destrucción creativa, como elemento clave para entender el espíritu del capitalismo en los Estados Unidos. América, como la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos prefieren llamar a su país, más allá de que América no es solo un país en América del Norte y que dicha forma de llamar a este país irrite al resto de los americanos del continente, ha venido a representar las aspiraciones de quienes vinieron a establecerse a este continente buscando riquezas, fama y fortuna.
Podríamos afirmar que este continente, específicamente EE. UU. ha representado en el imaginario de sus ciudadanos, sus inmigrantes, una visión de esperanza, capacidad de reinventarse y comenzar de cero y lograr su florecimiento humano. Algunos de los países americanos, con mayor o menor éxito lo han logrado en distintos periodos de tiempo. Tenemos a la Argentina desde 1852 hasta aproximadamente la llegada de Perón en los cuarenta, o el Brasil desde la época del imperio del emperador don Pedro II, hasta las dictaduras militares de los 60’s, o Cuba antes de la llegada de Fidel Castro, o el México de la Independencia, hasta la revolución mexicana, y luego desde los 50’s hasta el colapso ochentero o los cambios económicos positivos que ha experimentado tras la firma del tratado de Libre Comercio de Norte América. Otro ejemplo es Chile después del desastre del gobierno de Allende y hasta no hace mucho hasta el 2019, en que una parte de sus ciudadanos con violencia quisieron revertir los cambios y trataron hasta de cambiar su constitución. Tal intento no prosperó, pero su economía se ha ralentizado en parte por el miedo a invertir en un país convulso y en parte porque ha habido cambios menores, ya no constitucionales, que han frenado de a poco lo que no se logró a través de ese intento violento de cambiar la constitución.
Hispanoamérica se ha quedado estancada y con algunas excepciones, como la de los chilenos a finales del siglo XX e inicios del XXI, o México de manera parcial tras la firma del TLC entre Canadá y Estados Unidos, ha sido más bien testigo y no protagonista de avances en el desarrollo económico. Mucho se habla en la región, sus gobernantes de derecha han sido excepcionalmente buenos en este tema, muchas ideas, pero poca acción a la hora de gobernar. En el mejor de los casos han logrado salidas de crisis económicas severas para luego regresar a lo mismo de siempre, elegir presidentes de izquierdas o populistas que ofrecen salidas fáciles y rápidas, pero que solo ocasionan un regreso a estados de desarrollo similares o peores a los que existían antes de las supuestas crisis de las políticas económicas de ajuste. Tenemos así a los argentinos saliendo de la crisis a inicios de los 90’s, logrando cambios asombrosos en su economía y un mayor bienestar económico, para terminar, al menor estornudo económico deshaciendo todas las reformas con candidatos que ofrecen soluciones inverosímiles que destruyeron a la argentina por los siguientes 25 años.
Caso similar el de Ecuador, luego de salir de la más pavorosa crisis económica (1999) que conoció el país desde inicios del Siglo XX y solamente dolarizando, permitió un ambiente de prosperidad, a pesar de ser la única reforma hecha. No obstante, el éxito y la recuperación que se avecinaba, el país decidió elegir a un mitómano, que aprovechando un alza temporal de los precios del petróleo (2009) ofreció desarrollarlo con un exorbitante gasto estatal, colonizándolo políticamente, capturando sus instituciones a través de una nueva constitución. Instauró un régimen político asfixiante que restringió por una década la libertad y el espíritu creativo de sus habitantes. Dicho secuestro institucional del país ha sido tan efectivo que a pesar de 3 elecciones sin correísmos todavía está lidiando con la constitución del 2009, sus instituciones y sus formas de operar son las mismas, a pesar de que este mitómano no vive en el país hace casi una década. Peor aún, al fragor de la crisis política, el país se ha descontrolado en la lucha contra las drogas y las mafias políticas vinculadas a ese régimen político y ha tratado en vano de adueñarse del país.
Estados Unidos no ha sido tampoco ajeno a este fenómeno de altos y bajos en su desarrollo económico. Nunca ha caído en la tentación de los cuartelazos y las revoluciones tan comunes en la américa hispana, pero si ha tenido periodos muy convulsos como la guerra civil (1860-1865), fenómeno inevitable, para corregir el pecado original de su fundación, la esclavitud. Otro periodo convulso para la arquitectura económica de los Estados Unidos fue su casi abandono del capitalismo y la libertad tras la gran depresión bajo el gobierno de Rosevelt (1932-1944). Gracias a la fuerza de su constitución y su sistema legal, se pudo deshacer en cierta medida, después de la segunda guerra mundial este retroceso y transformó este periodo, en uno de los de mayor avance en su capacidad productiva y de aumento de la productividad de su economía, que terminó transformando no solo el país, si no la economía mundial.
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Terminada la segunda guerra mundial, tal vez por necesidad después de tan devastadora guerra y el temor a caer en otro ismo, como el comunismo o el nazismo, Estados Unidos entró en un periodo de combate frontal al comunismo y al mismo tiempo de globalización y apertura de su economía, que lo convirtió en una potencia mundial sin igual. Europa, de la mano de los Estados Unidos pudo también reconstruirse, no por la ayuda económica que pudo haber recibido, sino más bien por la integración y apertura que buscó al abrir sus puertas y sus lazos al mundo. Ásia no fue ajena a este fenómeno tampoco, lo que en un principio fue un desarrollo un poco más lento que el de Europa, a la vuelta del milenio estaba con creces superando a Estados Unidos. Hay que recordar que las grandes amenazas a la hegemonía de los Estados Unidos en los 80’s eran Japón, Alemania, los derrotados de la segunda guerra mundial al igual que hoy en día se le teme a China y a Rusia.
Japón y Alemania siguen siendo economías poderosas, pero al igual que Estados Unidos han entrado en un proceso de estancamiento. En parte porque abandonaron lo que les había permitido desarrollarse a una velocidad vertiginosa, un ambiente de libertad, un sistema claro y sencillo de reglas para el ámbito comercial e industrial, una cada vez más creciente intervención del estado y un estado de bienestar gigantesco. Dicho giro se lo ha hecho bajo diversas excusas como proteger, el medio ambiente, fomentar la equidad, la igualdad ya no ante la ley, pero por categorías, géneros y quien sabe que otras cosas. Lo único que han logrado es frenar a estas economías cada vez más ahogadas en regulaciones sin sentido que le restan productividad y competitividad en la economía mundial. Sus ciudadanos envejecen inexorablemente sin deseo alguno de tener familia, confiados de que el estado de bienestar y no sus familias los van a cuidar en la vejez.
Países que políticamente son en teoría regímenes totalitarios con un fuerte control político, algo han aprendido, más allá de mantener ese control férreo de la política, han entendido que la clave del desarrollo es la desregulación, la apertura comercial, fomentar la iniciativa privada. El resultado económico está a la vista, aunque es difícil saber hasta qué punto serán capaces de continuar ese desarrollo económico sin abrirse políticamente, está claro que la solución al subdesarrollo está en la libertad y no en las regulaciones.
Así tenemos que en países democráticos de Europa e incluso Estados Unidos existen más regulaciones a la actividad económica, que en dictaduras totalitarias como las de China. Los analistas se confunden y creen que este crecimiento económico es resultado de su gobierno dictatorial o peor aún, pretenden revivir esquemas económicos obsoletos como el proteccionismo, la protección arancelaria, la sustitución de importaciones, bajo la creencia de que esos países totalitarios se hicieron ricos protegiendo a su industria nacional o aupando un nacionalismo o cerrando sus puertas a ciudadanos deseosos de escapar de la pobreza y emprender donde sean apreciados.
Creer que los países ricos son ricos porque heredaron riquezas de otros imperios, o son ricos porque les robaron el dinero a otros países ahora pobres, es otra equivocación, por no decir una tontería. Son ricos porque tuvieron un ambiente de libertad, de respeto al estado de derecho, un sistema judicial imparcial y fuerte, y una visión orientada al comercio y la regulación clara y mínima. Los pobres lo son exactamente, por lo contrario, falta de estado de derecho, o estados que regulan o sobre reglamentan todo y no dejan espacio a la iniciativa empresarial, un sistema judicial injusto, parcializado, y en general una actitud anticomercial que persigue a todo aquel que logra hacer dinero de manera honesta. Su población más allá de ejercer su deber cívico de elegir gobiernos cree que la solución está en el próximo mesías político que elijan y que le va a quitar a unos para dar a otros.
¿Cuál ha sido entonces la diferencia entre Estados Unidos y la América Hispana? Parecería que son lo mismo sobre todo si ambas regiones han sufrido, en mayor o menor grado, altos y bajos en sus procesos económicos. La diferencia está en tres cosas según Alan Greenspan, tal como lo describe en su libro “Capitalismo en América”, Una historia Económica de los Estados Unidos. Una apuesta decidida por la libertad, el poder del mercado, la destrucción creativa, su enfoque en mejorar la productividad a través de la creatividad de sus empresarios, y su sistema político en favor de la democracia, el estado de derecho. Estos pilares han sido la salsa secreta de una de las democracias más antiguas del mundo moderno y de su desarrollo económico.
Estados Unidos según lo comenta Greenspan en su libro no está exento de problemas en su pasado o de cara al futuro. El reciente exceso de regulación medio ambiental, laboral, y de medidas que buscan ya no la igualdad de oportunidades si no la de resultados se han convertido en graves obstáculos a su futuro. Ha ralentizado ese impulso a favor de la eficiencia y a en muchos casos bloqueado que se de ese fenómeno de la destrucción creativa. Curiosamente, o tal vez no lo sea después de leer este libro, Estados Unidos sigue destacando a pesar de su reciente estancamiento industrial, en áreas poco reguladas como el internet, la economía del conocimiento y la inteligencia artificial.
Hay que mirar casa adentro y redescubrir la libertad y dejar atrás tanta regulación, tanto igualitarismo y volver a apostar por lo que hizo de Estados Unidos el motor del mundo. Algunos regímenes totalitarios lo descubrieron y abrieron lo suficiente sus economías para salir del subdesarrollo, pero es difícil que sigan adelante si no abren sus puertas al cambio político. Hispanoamérica tiene que redescubrir esas raíces de libertad que no han sido ajenas a la región, ser menos reguladora o burocrática e inestable políticamente cada vez que hay que hacer ajustes, si queremos ser protagonistas mundiales del florecimiento humano y no simples espectadores de los logros de otros.
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